Esta gran cocinera acaba de colgar su delantal del Club Allard, uno de los restaurantes más prestigiosos de la capital.
Tiene un billete rumbo a la República Dominicana, su país de origen, para dentro de tres semanas.
Marte (Jarabacoa, 1976) deja su restaurante, su casa y casi la mitad de su vida. Lo hace para montar un proyecto en el que lleva pensando muchos años. Quiere enseñar a las mujeres más humildes de su país los secretos que ella ha aprendido a los fogones. Un camino para que tengan una oportunidad de prosperar.
«Se puede vivir con poco», dice Marte. «Eso se aprende con los años». Marte se presenta a tomar un café en un bar junto a la Plaza de España de Madrid.
La melena recogida en un moño con todos los matices del negro, del mismo color que los pantalones y el plumas, y con una sonrisa que desvela un propósito de año que siempre genera desconfianza: ir al gimnasio. «Tengo que empezar a cuidarme», dice entre risas. Lo hará.
Es la fe de quien no tiene vértigo, ni por la cinta del gimnasio ni por la vida. Para ella el vértigo es una enfermedad de ricos.
«Mi hija vino al restaurante durante un servicio. Tenía paralizada la mitad de la cara -recuerda-. Fuimos después a Urgencias y me dijeron que tenía que haberme dado más prisa, que era grave. Entonces, pensé: ¿cómo pude haber pensado antes en otra cosa que no fuera ella? No me lo perdonaré jamás. Decidí cambiar las cosas», dice para luego confirmar que la niña se está recuperando.
Su tenacidad y las 15 horas al día que pasaba en la cocina permitieron que su familia pudiera vivir acomodadamente, escapar del destino del que no tiene casi nada. A pesar de sus logros y su popularidad, también asume las contradicciones del alma y las quiere corregir: «Mis padres fallecieron y no pude estar con ellos». Sabe que su historia de superación ha dejado cicatrices, ausencias y reproches (de ausencias).
Marte ejerce de «madre y padre» de dos de sus tres hijos. Es la menor de ocho hermanos y se educó, como tantas familias numerosas, casi por inercia, imitando a los mayores, pero siempre tuvo cerca a sus padres. Ellos le enseñaron sus primeros platos: él los guisos que cocinaba en una modesta taberna de Jarabacoa llamada Rincón Montañés; ella, pastelería. «Uno de mis hijos un día me dijo que él se había criado solo, que lo había dejado con sus abuelos mientras yo trabajaba en España. Ahora son adolescentes, viven una época complicada, y por eso creo que ha llegado el momento de sacrificar cosas y yo sacrifico el Club Allard para estar juntos».
Ya le han ofrecido un terreno para montar su escuela en la isla, pero está valorando si la localización es la más conveniente. El presupuesto para levantar la escuela son sus ahorros y los 50.000 euros del Premio Eckart Witzigmann a la Innovación que ha ganado con el restaurante. Sabe que necesitará más para que la Fundación Chef María Marte tenga consistencia. Ella está dispuesta a todo. Pero con condiciones. «Esperamos tener ayuda» -dice-. «Y si los políticos de mi país quieren hacerse fotos conmigo, antes tendrán que colaborar».
Su salida cordial del Club Allard se ha reflejado estos últimos días en su colaboración con José Carlos Fuentes, su sucesor en el trono de la cocina. Un chef de distinto perfil, formado con una grande de la cocina mundial: Carme Ruscalleda. La cocinera catalana eligió a Fuentes para liderar la apertura de su Sant Pau en Tokio, puntuado con dos estrellas Michelin. Ruscalleda (con siete estrellas en total) y Marte son de las pocas mujeres que han triunfado en una elite totalmente masculinizada.
Esas lágrimas fueron consoladas parcialmente cuando pidió colaborar desde el escalafón más bajo en la cocina del Club Allard, pero sin dejar sus funciones de limpieza. «¿Pero de que vas a vivir sin cobrar por ese trabajo?», le preguntaron cuando lanzó ese ruego. «Ése es mi problema, ya me buscaré la vida», contestó. Era la llamada de su gran pasión. Ya estaba dentro. Luego llegó ese día anodino que todos tenemos en el que cambia una vida por una casualidad: esos en los que se conoce a una chica en una parada de autobús que será tu pareja durante años o te presentan en una cena coñazo a alguien que te ofrece un trabajo. Pero a esta dominicana la fortuna se le presentó de forma tangible, gástrica.
Un día de apuro en el servicio se le encargó hacer rápidamente una menestra. El comensal que la probó pidió felicitar al chef. A partir de ahí, María entró en el equipo de Diego Guerrero con plenos derechos. Pronto sería su mano derecha.
Guerrero es uno de los chefs más interesantes de la gastronomía española. Consiguió en poco tiempo que el Club Allard fuera referencia en Madrid. Con el tiempo, Guerrero se interesó por nuevos retos y, en otoño de 2013, anunció su salida para montar DSTAgE.
Se aventuraban tiempos difíciles para el Club Allard, perdía su mayor activo y las estrellas iban a esfumarse. Muchos auguraban la decadencia, frecuente y siempre cruel en la hostelería de máximo nivel. Entonces la directora general del restaurante, Luisa Orlando, tomó una decisión arriesgada: No fichar a un chef reputado y ascender a María. La apuesta salió bien. Lo aprendido y la tradición caribeña que rinde culto a la yuca, al cilantro y el chocolate le valieron en 2015 el Premio Nacional de Gastronomía.
Como una indiana de éxito y buenos sentimientos regresa a su tierra tras triunfar en su América. Pero, antes, pasa por el gimnasio.
La historia María Marte es un ejemplo de determinación, coraje pero sobre todo; de agradecimiento con la vida.
Original ElMundo.es